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1 de marzo de 2012

Carta de un alma condenada. Carta del más allá.

Reflexiones sobre la vida después de la muerte--->
<---La vida después de la muerte.


Este texto, fuerte y conmovedor, nos lo envía un Sacerdote Jesuita amigo, quien lo acompaña con la siguiente introducción:

Este material no es del gusto actual, de la sociedad moderna, tan materialista, y bastante alejado de Dios, me refiero por supuesto del gusto mundano, ni lamentablemente de muchos entre los llamados fieles cristianos.
Ya que toca un tema que a muchos escandaliza por su verdad; El Infierno!
Debemos prestar atención hoy día a esta realidad y verdad de fe definida en la Iglesia Católica, acerca de la existencia del infierno y de su duración eterna.

Tristemente, el abandono consciente o inconsciente a considerar la realidad del infierno, está llevando a muchos, muchísima gente a negar su existencia, con consecuencias más que lamentables en la conducta y en su ineludible juicio Divino.

Lo que sigue, no es para nada agradable, todo lo contrario, guste o no es una realidad y no es argumento para adoptar la conocida actitud llamada del avestruz, de esconder la cabeza bajo tierra y así no enfrentar la realidad que se avecina.

Este texto no configura ninguna definición eclesiástica, sino que es sólo un escrito privado que goza de licencia eclesiástica, es decir la Iglesia Católica no la ha rechazado sino que permite que pueda imprimirse y por tanto leerse y difundirse para el bien de muchas almas de hoy en día.

CARTA DEL MÁS ALLÁ

Testimonio impresionante de un alma condenada, acerca de lo que la llevó al Infierno.
Imprimatur del original Alemán: Brief aus dem Jenseits.
- Alemania - Treves, 9 de Noviembre de 1953 N.4/53

Introducción al texto original.

Dios se comunica con los hombres de muchas maneras. Las Sagradas Escrituras se refieren a muchas comunicaciones divinas hechas a través de visiones y aún de sueños. Los sueños, no siempre son sólo sueños.

La "carta del más allá" que se transcribe seguidamente se refiere a la condenación eterna de una joven. A primera vista parece una historia novelada. Pero considerando las circunstancias se llega a la conclusión de que no deja de tener su fondo histórico, a partir de su sentido moral y su alcance trascendental.

El original de esta carta fue encontrado entre los papeles de una monja religiosa fallecida, amiga de la joven condenada. Allí cuenta la monja los acontecimientos de la vida de su compañera como si fueran hechos conocidos y verificados, así como su condenación eterna comunicada en un sueño.

La Curia diocesana de Treves (Alemania) autorizó su publicación como lectura sumamente instructiva y como advertencia general para todos aquellos que niegan la realidad eterna del Infierno, engañando a muchos, y de los sufrimientos desesperados que padecen los que allí moran.

La "carta del más allá" apareció por primera vez en un libro de Revelaciones y Profecías, junto con otras narraciones. Fue el Rvdo. Padre Bernhardin Krempel C.P., doctor en teología, quien la publicó por separado y le confirió mayor autoridad al encargarse de probar, en las notas, la absoluta concordancia de la misma con la creencia de la doctrina Católica.

Entre los manuscritos que ha dejado en su convento por una religiosa, que en este mundo se llamó Clara, se encontró el siguiente testimonio:

EL RELATO DE CLARA

Tuve una amiga muy querida por mí, llamada Anita. Es decir, éramos muy próximas por ser vecinas y compañeras de trabajo en la misma oficina M. Más tarde, Anita se casó y por circunstancias de la vida no volví a verla más.
Desde que nos conocimos, había entre nosotras, en el fondo, más amabilidad que propiamente amistad. Por eso, sentí muy poco su ausencia cuando, después de su casamiento, ella fue a vivir al barrio elegante de las villas, lejos del mío, que era más bien humilde.

Durante mis vacaciones en el Lago de Garda (Italia), en septiembre de 1937, recibí una carta de mi madre en la que me decía:

"Anita N murió en un accidente automovilístico. La sepultaron ayer en el cementerio de Wald Friendhof".

Me impresioné mucho con la noticia. Sabía que mi amiga no había sido propiamente religiosa y no era mucho de ir a misa y menos de confesarse, tampoco le gustaba mucho rezar.

¿Estaría su alma preparada para presentarse ante Dios, y rendirle cuentas?

¿En qué estado la habría encontrado su muerte súbita?

Al día siguiente escuché misa, comulgué con la intención de que el alma de Anita descanse en paz, en la casa del pensionado de las hermanas, donde estaba viviendo. Rezaba fervorosamente por su eterno descanso, y por esta misma intención ofrecí la Santa Comunión, todas las veces que pude.

Durante todo el día percibí un cierto malestar, que fue aumentando por la tarde. Dormí inquieta. Me desperté de improviso, escuchando algo así como una sacudida en la puerta del cuarto. Encendí la luz. El reloj indicaba las doce y diez minutos.

Nada. Tampoco había ruidos. Tan solo las olas del Lago de Garda golpeando monótonas contra el muro del jardín del pensionado. No había viento. Yo conservaba la impresión de que al despertar encontraría, además de los golpes de la puerta, un ruido de brisa o viento, parecido al que producía mi jefe de la oficina, cuando de mal humor tiraba sobre mi escritorio una carta que lo molestaba.

Reflexioné un instante si debía levantarme o seguir en la cama. ¡No! Todo no es más que sugestión, me dije. Mi fantasía está sobresaltada por la noticia de la muerte de Anita, tan joven y está muerta. Me di vuelta en la cama, recé algunos Padrenuestros por las Almas del Purgatorio y me dormí de nuevo.

Entonces tuve un sueño, que me levantaba de mañana temprano, a las 6 hs, y yendo a la capilla. Al volver abrí la puerta de mi cuarto, y me encontré con una cantidad de hojas de carta. Levantarlas, reconocer la letra de Anita y dar un grito, fue cosa de un segundo.

Temblando, las sostuve en mis manos. Confieso que quedé tan aterrorizada que no pude rezar. Apenas respiraba. Nada mejor que huir de allí, salir al aire libre.
Me arreglé rápidamente, puse la carta dentro de mi cartera y salí en seguida.
Subí por el tortuoso camino, entre olivos, laureles y quintas de la villa, más allá del conocido camino gardesano.

La mañana aparecía radiante. En los días anteriores, yo me detenía cada cien pasos, maravillada por la vista que ofrecían el lago y la Isla de Garda.
El suavísimo azul del agua me refrescaba; como una niña que mira admirada a su abuelo, así contemplaba, extasiada, al ceniciento monte Baldo, que se levanta en la orilla opuesta del lago, hasta los 2.200 metros de altura.

Ese día no tenía ojos para todo eso. Después de caminar un cuarto de hora, me dejé caer maquinalmente sobre un banco ubicado entre dos cipreses, donde en muchas vísperas había leído con placer el libro "La doncella Teresa".
Por primera vez veía en los cipreses el símbolo de la muerte, algo en lo que antes no había pensado.

Tomé la carta que había encontrado en mi cuarto. No tenía firma. Sin la menor duda, estaba escrita por Anita, le reconocí la letra. No faltaba la gran "s", ni la "t" francesa, a la que se había acostumbrado a escribir en la oficina, para irritar al jefe el Sr. G. que no le gustaba que escribiera de esa manera.

No era su estilo. Por lo menos, no era así como hablaba de costumbre. Lo habitual en ella era la conversación amable, la risa, subrayada por los ojos azules y su graciosa nariz...
Sólo cuando discutíamos asuntos religiosos se volvía mordaz y caía en el tono rudo de la carta. Yo misma me siento envuelta por su excitada cadencia.
He aquí, la Carta del Más Allá de Anita N., palabra por palabra, tal como la leí en el sueño.

LA CARTA DE ANITA

CLARA, NO RECES POR MÍ, ESTOY CONDENADA.
Si te doy este aviso - es más, voy a hablarte largamente sobre esto y de cómo es el infierno - no creas que lo hago por amistad, no, no es amistad.
Quienes estamos aquí en este lugar de tormentos, ya no amamos a nadie, el amor aquí no existe, quedó allí donde tú estás. Aquí sólo hay odio, venganza, maldad, fuego, mucho sufrimiento y oscuridad por doquier.

Lo que hago diciéndote en esta carta, lo hago como obligada.
Es parte de la obra "de esa potencia que siempre quiere el mal(el diablo)y termina realizando el bien", porque aquí tengo que obedecerle, no me queda otra cosa.

En realidad, me gustaría verte aquí, sufriendo terriblemente, agonizando a cada instante, adonde llegué para quedarme para siempre. Ni te imaginas cómo es este lugar, no tienes ni la menor idea. El lugar más horrendo, más horrible, más espantoso que pueda existir en la tierra comparado con éste lugar, no se asemeja ni en los más mínimo.

No te extrañes de mis intenciones. Aquí, todos los que estamos condenados al infierno eterno, todos absolutamente todos, pensamos así. Nuestra voluntad está petrificada en el mal, no puede cambiar, al morir adquirimos este estado por culpa nuestra, es decir, en aquello que ustedes consideran el "mal".
Aún cuando pueda hacer algo "bueno", como yo lo hago ahora, abriéndote los ojos para que no caigas en el infierno, no lo hago con recta intención, claro que no.

¿Recuerdas? Hace cuatro años que nos conocimos, en M. Tú tenías 23 años y ya trabajabas en el escritorio desde seis meses antes, cuando yo ingresé.
Varias veces me sacaste de apuros. Con frecuencia me dabas buenos avisos y consejos que yo como principiante, me venían muy bien.
Pero, ¿qué es "bueno"? Yo ponderaba, en aquel entonces, tu "caridad".
Ridículo... Tus ayudas eran pura ostentación, algo que desde entonces sospechaba y ahora lo corroboro.

Aquí, en el infierno no reconocemos bien alguno en absolutamente nadie, todo es malo. Pero ya que conociste mi juventud, es el momento de llenar algunas espacios que yo no te había contado.
De acuerdo con los planes de mis padres, yo nunca tendría que haber nacido.
Por un descuido se produjo la desgracia de mi concepción. Si, digo desgracia, porque si yo no hubiera nacido, no estaría sufriendo como lo hago ahora.

Mis hermanas tenían 14 y 16 años cuando vine al mundo. Ay!, ¡Ojalá no hubiera nacido! Ojalá pudiera ahora aniquilarme, huir de estos tormentos!, matarme y terminar con el tormento de mi conciencia! No hay placer comparable al de acabar mi existencia, así como se reduce a cenizas un vestido, sin dejar vestigios.
Pero es necesario haber existido. Es preciso que yo sea tal como me sido en el mundo: con el fracaso total de la finalidad de mi existencia.

Cuando mis padres, entonces solteros, se mudaron del campo a la ciudad, perdieron el contacto con la Iglesia. Era mejor así. Mantenían relaciones con personas desvinculadas de la religión. Se conocieron en un baile, y se vieron "obligados" a casarse seis meses después.

En la ceremonia nupcial, recibieron solo unas gotas de agua bendita, las suficientes para atraer a mamá a la misa dominical unas pocas veces al año.
Ella nunca me enseñó verdaderamente a rezar. Todo su esfuerzo se agotaba en los trabajos cotidianos de la casa, aunque nuestra situación no era mala.

Palabras como rezar, ir a misa, agua bendita, respeto a la iglesia, sólo puedo escribirlas con íntima repugnancia, con incomparable repulsión, tremendo asco. Detesto y odio profundamente a quienes van a la Iglesia y, en general a todos los seres humanos y a todas las cosas: animales, plantas, todo, todo.

Todo esto es un terrible tormento. Cada conocimiento que he recibido en la tierra, cada recuerdo de mi vida, mis amigos, familiares, mi esposo y de lo que sabemos de los demás, se convierte en una llama incandescente, que quema al recordarlos.
Me lamento desesperadamente de todos esos recuerdos, y los comparo con lo que estoy sufriendo ahora, aquí y me produce un odio y un veneno que debo tomar sorbo a sorbo.

Y todos estos recuerdos de nuestra vida, a cada instante, nos muestran las oportunidades en que despreciamos una gracia, una llamada del Cielo para convertirnos, para acercanos al bien. Las Gracias sin la cuales nadie se salva, y nosotros se las arrojamos en la cara a Dios, se las escupimos y las pisoteamos.

¡Cómo me atormenta esto!

No comemos, no dormimos, no andamos sobre nuestros pies, escapando de un lado a otro en una terrible oscuridad y olor sofocante a carne podrida. Estamos espiritualmente encadenados, los réprobos (condenados) contemplamos segundo a segundo desesperados nuestra vida fracasada en la tierra, aullando de rabia y rechinando los dientes, atormentados, llenos de odio y maldad.

¿Entiendes lo que te digo?

¿Entiendes lo que se sufre aquí en el infierno?

¿Entiendes nuestra desesperación?

Aquí bebemos el odio como si fuera agua. Nos odiamos, y nos deseamos el mal unos a otros. Pero más que a nada, odiamos a Dios, sí con todo nuestra existencia.

Quiero que lo comprendas. Aquí el odio, y la repugnancia a Dios es tal que no te puedes imaginar. Si pudieramos dañarlos a ustedes y a Dios sería lo máximo para nosotros.

Los bienaventurados en el cielo deben amar a Dios, porque lo ven sin velos, en su deslumbrante belleza, amor y todo su gloria y esplendor.
Esto los hace indescriptiblemente felices, nada les falta, Dios lo es todo para ellos.

Nosotros todo esto lo sabemos, y éste conocimiento del cielo nos enfurece, nos llena más de odio, y repugnancia y nos rechinan los dientes de rabia.

Los hombres, en la tierra, que conocen a Dios por la Creación y por la Revelación, pueden amarlo si quieren. Pero no están obligados a hacerlo. Porque el amor debe ser libre y espontáneo.

El creyente - te lo digo muy furiosa y llena de rabia - ó todo aquél que clama a Dios solicitando su ayuda y que lo contempla, meditando, a Cristo con los brazos abiertos sobre la cruz, terminará por amarlo y ganando méritos para salvarse!.

Pero el alma condenada no puede acercarse a Dios, ya que para ella es "fulminante", como "vengador" y como "justiciero" porque en algún momento de su vida ha repudiado a Dios, como lo hicimos nosotros, ésta alma condenada no podrá sino odiarlo, como nosotros lo odiamos.

El alma condenada lo odia, cómo te dije antes, con todo el ímpetu de su mala voluntad. Lo odia eternamente, a causa de su libre elección y resolución de apartarse de Dios, de cerrar sus oídos al llamado que Dios le hacía permanentemente y con la cual terminó su vida en la tierra, al no querer saber nada con Dios.

Nosotros no podemos acabar con esta perversa voluntad, ni jamás querríamos hacerlo.
Porque nuestro "estado" (lleno de maldad, de odio, y de rabia) no permite ningún cambio, y así permaneceremos para siempre, para toda la eternidad!

¿Comprendes ahora por qué el infierno dura eternamente?

Porque nuestra obstinación en no haber oído a Dios, en no haberle prestado atención a sus llamados cuando lo hacía, el haber negado a Dios contínuamente, en habernos burlado de la fe en Cristo, todo éso nunca se derrite, nunca se termina, y nunca terminará. Este pecado está permanentemente sobre nosotros y es un terrible tormento porque nos lo recuerda incesantemente.

Y contra mi voluntad, con mucha rabia agrego esto: Qué Dios es Misericordioso, Qué Dios es Bondadoso, Qué Dios es todo Amor, aún con nosotros, sí, aún con los condenados en el infierno.

Digo "contra mi voluntad" porque, aunque diga todas estas cosas voluntariamente, y que son realmente ciertas sobre Dios, "no se me permite mentir", que es lo que realmente querría hacer.

Dejo muchas informaciones en el papel contra mis deseos, ya que son bienes para la salvación eterna y eso me enfurece mucho el saber que algunos leyendo todo esto se podrán salvar fácilmente e ir al cielo, cosa que yo ya no lo podré hacer.

Debo también estrangular y atar mi lengua contra la avalancha de palabrotas, insultos, y maldiciones que querría decirles a todos los seres de la tierra.
Como dije antes, Dios fue Misericordioso y muy Bondadoso con nosotros porque no permitió que derramáramos sobre la tierra todo mal que hubiéramos querido hacer.
Si nos lo hubiera permitido, habríamos aumentado mucho nuestra culpa, castigo y sufrimiento aquí en el infierno.

Gracias a su Bondad y Amor, nos hizo morir antes de tiempo, como lo hizo conmigo, antes de que hiciéramos más mal del que ya habíamos hecho, gracias a ésto hizo que intervinieran causas atenuantes (nuestro castigo es menor).

Dios es Misericordioso y Bondadoso, porque no obliga a los condenados a aproximarnos a El más de lo que ahora estamos, en este remoto lugar infernal.
Eso disminuye mucho nuestro tormento, angustia y desesperación.
Cada paso más cerca hacia Dios nos causaría una terrible aflicción, un tormento y una desesperación aún mayor que la que te produciría a tí un paso más cerca a una hoguera. Esta fue nuestra elección y ahora la sufrimos terriblemente, alejarnos de Dios.
Te desagradó mucho cuando te conté, durante un paseo, lo que dijo mi padre siendo yo una niña, pocos días antes de mi comunión:
"Alégrate, Anita, por el vestido nuevo; todo lo demás no es más que una burla".

Casi me avergüenzo de tu desagrado. Ahora me río. Lo único razonable de toda aquella comedia era que se permitiera comulgar a los niños a los doce años.
Yo ya estaba, en aquel entonces, bastante poseída por el placer del mundo.
Sin escrúpulos, dejaba a un lado las cosas religiosas. No tomé en serio la comunión.

La nueva costumbre de permitir a los niños que reciban su primera comunión a los 7 años nos produce mucho rabia y nos ponemos furiosos.

Empleamos todos los medios que podemos para burlarnos de esto, haciéndoles creer a ustedes que para comulgar debe haber comprensión.

Es necesario que los niños hayan cometido algunos pecados mortales. La blanca Hostia será menos perjudicial entonces, que si la recibe cuando la fe, la esperanza y el amor, frutos del bautismo - escupo sobre todo esto por repugnancia - todavía están vivos en el corazón del niño.

¿Te acuerdas que yo pensaba así cuando estaba en la tierra?

Sigo contándote sobre mi padre. Peleaba mucho con mamá y se decían cosas feas. Pocas veces te lo dije, porque me avergonzaba. Qué cosa ridícula la vergüenza!
Aquí, en el infierno todo es lo mismo, nada cambia.
Mis padres ya no dormían en el mismo cuarto. Yo dormía con mamá, papá lo hacía en el cuarto contiguo, donde podía volver a cualquier hora de la noche.

Bebía mucho y se gastó toda nuestra fortuna. Mis hermanas estaban empleadas, decían que necesitaban su propio dinero. Mamá comenzó a trabajar. Durante el último año de su vida, papá la golpeó muchas veces, cuando ella no quería darle dinero.
Conmigo, él siempre fue amable. Un día te conté un capricho del que quedaste escandalizada.

¿Y de qué no te escandalizaste de mí?
Cuando devolví dos veces un par de zapatos nuevos, porque la forma de los tacos no era bastante moderna.

En la noche en que papá murió, víctima de una apoplejía, ocurrió algo que nunca te conté, por temor a una interpretación desagradable.

Hoy, sin embargo, debes saberlo. Es un hecho memorable: por primera vez, el mismo espíritu maligno que me atormenta aquí en el infierno se acercó a mí cuado yo era chica. Yo dormía en el cuarto de mamá.
La respiración regular de mi madre revelaba un sueño profundo.
Entonces, escuché pronunciar mi nombre. Una voz desconocida (el maligno) murmuró:
"Anita, ¿Qué ocurrirá si muere tu padre?"

Ya no lo quería a papá, desde que había empezado a maltratar y golpear a mi madre el respeto por mi padre disminuyó mucho.
En realidad, no amaba absolutamente a nadie: sólo tenía gratitud hacia algunas personas que eran bondadosas conmigo.

El amor sin esperanza de retribución alguna en la tierra solamente se encuentra en las almas que viven en estado de gracia, es decir con Dios.
No era ése mi caso. Yo no estaba en estado gracia alguno.

"Ciertamente, él no morirá", le respondí al misteriosa voz que me atormentaba por las noches. Tras una breve pausa, escuché la misma pregunta.
"El no va a morir!", repliqué con brusquedad.

Por tercera vez, me preguntaron: "Qué ocurrirá si muere tu padre?".
Me representé en ese momento en la imaginación el modo como mi padre volvía muchas veces: medio ebrio, gritando, maltratando a mamá, avergonzándonos frente a todos los vecinos. Entonces, respondí con rabia y furia:
"Bien, es lo que se merece mi padre. ¡Que muera!". Después, todo quedó en silencio.

A la mañana siguiente, cuando mamá fue a ordenar el cuarto de papá, encontró la puerta cerrada. Al mediodía, la abrieron por la fuerza. Papá, semidesnudo, estaba muerto sobre la cama. Al ir a buscar cerveza al sótano, debió sufrir una crisis mortal. Desde hacía tiempo que estaba enfermo.

¿Habrá hecho depender Dios de la voluntad de su hija, con la que el hombre fue bondadoso, la obtención de más tiempo y ocasión de convertirse?.

Marta K. y tú me hicieron ingresar en la asociación de jóvenes.
Nunca te oculté que consideraba demasiado "parroquiales" las instrucciones de las dos directoras, las señoritas X.

Los juegos eran bastante divertidos. Como sabes, llegué en poco tiempo a tener allí un papel preponderante. Eso era lo que me gustaba. También me gustaban las excursiones. Llegué a dejarme llevar algunas veces y me confesé y comulgué.

Para decir la verdad, no tenía nada para confesar (los que piesan así cometen pecado de soberbia).
Los pensamientos y las palabras no significaban nada para mí. Y para acciones más groseras todavía no estaba madura.

Un día me llamaste la atención por mi vida religiosa:

"¡Anita, si no rezas más te condenarás; debes rezar más y ser perseverante!".

¡Cuánta razón tenías, si te hubiera hecho caso!.
Realmente, yo rezaba muy poco, ó casi nada y ese poco a disgusto, de mala voluntad, todo me distría, todo me aburría.
Mientras rezaba pensaba en el vestido nuevo, en el paseo del domingo a la tarde, que me compraría a fin de mes, a quien podría invitar a casa el sábado.

Los que ardemos en el infierno eterno o no rezaron, o rezaron muy poco. La "oración" es el primer paso para llegar a Dios. Es el paso decisivo. Mediante la oración se adquieren méritos para llegar al Cielo. Especialmente la oración a Aquella que es la Madre de Cristo, cuyo nombre no nos es lícito pronunciar (La Santísima Virgen María).

La devoción a Ella arranca innumerables almas al demonio, almas a las que sus pecados las habrían lanzado infaliblemente en sus manos.¡La oración del Santo Rosario, es el arma poderosa para combatir al demonio!

Furiosa y llena de rabia y odio continúo alertándote, y avisándote de todos los medios necesarios para la salvación del alma. No sabes con que odio deseo que te condenes, y se condenen todos en la tierra!

Hago todo ésto porque estoy obligada a hacerlo, y aunque no quisiera hacerlo tengo que alertarte y alertar a todos los que lean esta carta. Sabes, Dios siempre gana y de todo siempre saca algo bueno, aún de los mayores pecados y pecadores siempre extrae algo fructífero y bueno para las almas, sólo hay saber aprovecharlo, y se aprovecha mediante la oración pues ella da luz y comprensión al alma que persevera y nunca se rinde.

En verdad te digo no aguanto más de tanta rabia y tanta furia. "Rezar es lo más fácil que se puede hacer en la tierra". Sólo hace falta voluntad, pidiéndole a Dios cada día se llega a conseguirlo. Y justamente de esto, de la oración, del rezo diario, que es facilísimo, Dios hace depender nuestra salvación.

Al que reza con perseverancia, paulatinamente Dios le da tanta luz, y lo fortalece de tal modo, que hasta el más empedernido (endurecido) pecador puede recuperarse, y obtener su salvación y la de los que le redean, aunque se encuentre hundido en un pantano hasta el cuello de pecados.

Durante los últimos años de mi vida yo ya no rezaba más, me alejé paulatinamente de Dios al no rezar más, y así endurecí mi corazón y tapé mis oídos al llamado que Dios me hacía todos los días, ahora lo sé, pero es tarde, muy tarde. Sólo puedo lamentarme y sufrir las nefastas y tormentosas consecuencias.

Así en este estado de terquedad, y corazón de piedra me privé de las gracias necesarias (los méritos) sin la cual nadie se puede salvar. !Ay! si hubiera rezado un poquito más, tan sólo un poco más!

Aquí, en el infierno no recibimos ningún tipo de gracia, todo es maldad, dolor, llanto, sufrimiento incalculable y mucha oscuridad. Aunque recibiéramos las gracias, la rechazaríamos totalmente. En nuestro "estado" no podemos recibir nada de Dios. Dios es todo Bueno, nosotros somos todo malo.

Todas las vacilaciones de la existencia terrenal terminaron en la otra vida, cuando nos llegó la hora de morir.
En la tierra, el ser humano puede pasar del estado de pecado total al estado de gracia plena mediante una buena confesión.
Y ser más santo al comulgar. De la gracia, se puede caer al pecado tan fácil. Muchas veces caí por debilidad; pocas, por maldad. "Con la muerte, cada ser humano entra en un "estado" final, fijo e inalterable para siempre".

Si morimos sin arrepentirnos y sin pedir perdón por nuestros pecados nuestro estado será de condenación eterna.
Si morimos pidiendo perdón por los pecados cometidos, nuestro estado será de felicidad eterna.

A medida que se avanza en edad, los cambios se hacen más difíciles. Es cierto que uno tiene tiempo hasta la muerte para unirse a Dios o para darle la espalda y rechazarlo. Sin embargo, como si fuera arrastrado por una correntada de agua, antes del tránsito final en este mundo, con los últimos restos de su voluntad debilitada o fortificada en Dios, el ser humano se comporta según las costumbres de toda su vida.

El hábito, bueno o malo, en el ser humano se convierte en una segunda naturaleza. Es ésta la que lo arrastra y decide si sigue a Dios o lo rechaza en el momento desicivo, es decir, en el último instante de vida en el mundo, después de ésto, ya no hay más oportunidad. Todo se define en ése momento, con la muerte.

Así ocurrió conmigo. Viví años enteros apartada de Dios, no quise escuchar más el llamado que me hacía permanentemente. Dios golpeaba la puerta de mi corazón insistentemente, y yo no le abria, no me interesaba, era como si le dijese: apártate de mí, no me molestes, no quiero saber nada de tí.

En consecuencia, en el último llamado dónde Dios me ofrecía sus gracias, su amor y el perdón, me decidí contra Dios.

"La fatalidad no fue haber pecado con frecuencia, sino que no quise levantarme más".

Anita, muchas veces me invitaste para que asistiera a las predicaciones o que leyera libros de piedad o de los santos. Mis excusas habituales eran la falta de tiempo.

¿Acaso era para querer aumentar mis dudas interiores sobre la religión?
Finalmente, tengo que dejar constancia de lo siguiente:
al llegar a este punto crítico de mi vida, poco antes de salir de la "Asociación de Jóvenes", me habría sido muy difícil cambiar el rumbo.
Me sentía insegura y desdichada. Pero frente a la conversión a Dios, se levantaba una muralla.

No sospechaste que fuera tan grave. Creías que la solución era tan simple, que un día me dijiste:

"Tienes que hacer una buena confesión y comunión Anita, todo volverá a ser normal".

Me daba cuenta que sería así, que mediante la confesión y la comunión es el primer paso para estar con Dios y luego vendría la gracia de la oración.

Pero el mundo, el demonio y la carne, me retenían demasiado firme entre sus garras!.

Nunca creí en la influencia del demonio, me reía mucho cuando me lo nombraban, y me dicia a mi mismo, "el demonio no existe, es un invento de la iglesia y los sacerdotes".

Ahora, doy testimonio de que el demonio actúa poderosamente sobre las personas influyendo el mal en ellas. Las personas que se encuetran en las mismas condiciones en que yo me encontraba alejada de Dios, el demonio influye para que se alejen más de la salvación.

Sólo muchas oraciones, el Santo Rosario diario, oraciones propias y ajenas, junto con sacrificios y sufrimientos, podrían haberme rescatado de las garras del maligno.

Y aún esto, poco a poco durante mucho tiempo.

Si bien hay pocos posesos corporales, son innumerables los que están poseídos internamente por el demonio. El demonio no puede arrebatar el libre albedrío de los seres humanos, de los que se abandonan a su influencia.

Pero, como castigo por su casi total apostasía, es decir por buscar al diablo, Dios permite que el "maligno" se anide en ellos en su corazón.

Yo también odio muchísimo al demonio. Sin embargo, me gusta, porque trata de arruinarlos a todos ustedes y los arrastra al fondo del infierno: él y sus ángeles demonios, los ángeles que cayeron con él desde el principio de los tiempos.

"Son millones, y millones de ángeles malignos vagando por la tierra".

Innumerables como enjambres de moscas; ustedes no los perciben ni los ven, pero están, crémelo, vagan por el mundo induciendo al hombre al pecado, hasta que llegue el día de que sean todos arrojados al fondo del infierno.
A los condenados no nos es permitido tentar a los seres humanos: eso les corresponde a los espíritus caídos, es decir los ángeles malignos.

Cada vez que los angeles malignos arrastran una nueva alma al fondo del infierno, aumentan aún más sus tormentos y sufrimientos. Pero, ¡de qué no es capaz el odio!. Aunque andaba por caminos tortuosos, y desviados, Dios me buscaba insistentemente. No dejaba de llamarme, y golpeaba mi corazón a ver si yo le hacía le respondía.

Yo preparaba el camino para la gracia, con actos de caridad natural, que hacía muchas veces por una inclinación de mi temperamento.

A veces, Dios me atraía a una Iglesia. Allí, sentía una cierta nostalgia.
Cuando cuidaba a mi madre enferma, a pesar de mi trabajo en la oficina durante el día, haciendo un sacrificio enorme de verdad, los atractivos de Dios actuaban poderosamente en mí. Una vez fue en la capilla del hospital, adonde me llevaste durante el descanso del mediodía. Allí me sentí atraída por Dios, pero sólo fue el instante que estuve dentro, luego se me pasó.

Pero mientras estuve dentro, quedé tan impresionada, tan maravillada, si ésa es la verdad, que estuve sólo a un paso de mi conversión, a un paso de confesarme y comulgar. A un paso de aceptar a Dios. Yo lloraba de emoción.

Pero, en seguida, llegaba el placer del mundo, las tentaciones del diablo, se derramaban como un torrente sobre la gracia. Las espinas ahogaron el trigo.

Con la explicación de que la religión es sentimentalismo, y sólo es para los niños y los viejos como siempre se decía en la oficina burlándose, y yo lo festejaba.

Aquí rechacé también esta gracia que Dios me ofrecía, como todas las otras. Cómo todas las demás oportunidades que tuve de convertirme y acercarme al cielo, y que también aquí, dije no a Dios!

En otra ocasión, recuerdas, me llamaste la atención porque, en lugar de una genuflexión hasta el piso, hice solamente una ligera inclinación con la cabeza. Pensaste que eso lo hacía por pereza, sin sospechar que, ya entonces, había dejado de creer en la presencia de Cristo en el Sacramento.

Ahora creo, aunque sólo materialmente, tal como se cree en la tempestad, cuyas señales y efectos se perciben. En este interín, me había fabricado mi propia religión. Me gustó la opinión generalizada en la oficina, donde todos decían que después de la muerte el alma volvería a este mundo en otro ser, reencarnándose sucesivamente, sin llegar nunca al fín.

Con ésto, estaba resuelto mi angustiante problema del más allá, yo siempre tenía miedo con respecto a ése tema. Imaginé haberlo hecho inofensivo.

¿Por qué no me recordaste la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, en la que el narrador, el mismo Jesucristo, después de la muerte de ambos uno fue al infierno y el otro al Cielo?

Pero, ¿qué habrías conseguido si me contabas esa parábola, convertirme?

No mucho más de lo que conseguiste con todos tus otros discursos beatos.
Poco a poco me fui fabricando un dios: a mi manera y con atributos suficientes para ser llamado así. Bastante lejos de mí, como para que no me obligara a tener relaciones con él. Suficientemente confuso, como para poder transformarlo a mi antojo.
De este modo, sin cambiar de religión, yo podía imaginarlo como el dios panteísta del mundo o pensarlo, poéticamente, como un dios solitario.

Este "dios" que yo inventé no tenía Cielo para premiarme, ni infierno para asustarme.
Yo lo dejaba en paz y él ni me molestaba, ahora me doy cuenta que el diablo estaba entremedio de todo ésto. Hizo como hace siempre mete cizaña y trata de apartarte de Dios, como lo hizo conmigo. En la religión hecha a mi medida consistía mi culto de adoración.

Es fácil creer en lo que uno le agrada. Con el transcurso de los años, estaba bastante persuadida de mi religión que yo me había creado. Se vivía bien así, sin molestias. Sólo una cosa podría haberme convertido a Dios: un dolor profundo y prolongado o una enfermedad. Pero este sufrimiento nunca llegó.

¿Comprendes ahora el significado de "Dios castiga (pone a prueba) a aquellos que ama"?

Durante un domingo de julio, la Asociación de Jóvenes organizaba un paseo por las afueras del pueblo. Me gustaban las excursiones, pero no los discursos insípidos y demás palabrerías, de cómo ganar gracias e ir al cielo, cosa que yo ya no lo podía hacer
Otra imagen, muy diferente de la de Nuestra Señora de las Gracias de la Iglesia a la que iba de chica., estaba desde hacía poco tiempo en el altar de mi corazón.

Entonces apareció el distinguido Max, del almacén de al lado, caballero y alagador. Ya habíamos conversado entretenidos varias veces y la pasábamos bien. Justamente ése domingo me invitó a pasear ya que "la otra", con la que acostumbraba a salir siempre, estaba enferma en el hospital.

El había comprendido que yo lo miraba mucho. Pero yo no pensaba en casarme todavía. Su posición económica era muy buena, aunque él era también demasiado amable con todas las otras jovencitas y no se decidía por ninguna con todas coqueteaba.

En aquel entonces yo quería un hombre que me perteneciera exclusivamente, y no que anduviera "picoteando", yo queria ser su única mujer. Siempre conservé una cierta educación natural y mucho respeto hacia quien piensa diferente de mi religión.

(Eso es verdad. A pesar de su indiferencia religiosa, Anita tenía algo noble en su persona. Me desconcierta mucho que también las personas "honestas" puedan caer en el infierno, si son deshonestas al huir del encuentro con Dios).

En ese paseo, Max me colmó de amabilidades y halagos. Nuestras conversaciones, es claro, no eran sobre la vida de los santos, ni del cielo, como las de ustedes.
Al día siguiente, en la oficina, me reprendiste por no haber ido al paseo de la Asociación de jóvenes y en su lugar fui con Max.

Cuando te conté mi diversión del domingo, y lo amable que estubo Max, tu primera pregunta fue:

"¿Escuchaste Misa?". ¿Fuistes a la Iglesia aunque sea un ratito, para visitar a Dios?

Tonta! ¿Cómo podríamos ir a Misa si salimos a las 6 de la mañana?

Me acuerdo que, muy exaltada, te dije: "El buen Dios no es tan mezquino como lo son los curas".

Ahora debo confesar que Dios, a pesar de su infinita Bondad y Misericordia considera todo con más seriedad que todos los sacerdotes juntos.

Después de este primer paseo con Max, fui solamente una vez más a la Asociación de jóvenes, en las fiestas de Navidad. Algunas cosas me atraían. Pero en mi interior, ya me había separado de todas ustedes, sentía lejos de todo.

Los bailes, el cine, los paseos, continuaban. A veces peleábamos con Max, pero yo sabía cómo retenerlo. Odié mucho a mi rival que, al salir del hospital, se puso furiosa. En realidad, eso me favoreció. La calma distinguida que yo mostraba produjo una gran impresión en Max, que se inclinó definitivamente por mí.

Conseguí encontrar la forma de denigrarla. Me expresaba con calma: por fuera, realidades objetivas, pero por dentro, vomitando hiel la despreciaba.

"Estos sentimientos y actitudes conducen rápidamente al infierno.
Son diabólicos, en el sentido estricto del término".

¿Por qué te cuento todo esto?

Para explicarte que así me aparté definitivamente de Dios, le dí la espalda para siempre.

En realidad, Max y yo no llegamos muchas veces al extremo de la familiaridad.
Me daba cuenta que me rebajaría a sus ojos si le concedía toda la libertad antes de tiempo. Por eso, supe controlarme y supe mantenerlo a rayas.

Realmente, yo estaba siempre dispuesta para todo lo que consideraba útil.
Tenía que conquistar a Max. Para eso, ningún precio era demasiado alto.

Nos fuimos amando poco a poco, porque ambos teníamos valiosas cualidades que podíamos apreciar mutuamente. Yo era habilidosa, eficiente, de trato agradable. Retuve a Max con firmeza y conseguí, al menos durante los últimos meses antes del casamiento, ser la única mujer que lo poseía.

En eso consistió mi apostasía (negación de la fe cristiana o abandono de las creencias en que uno ha sido educado) en hacer mi dios con una criatura.
En ninguna otra cosa puede realizarse más plenamente la apostasía como en el amor a una persona del otro sexo, cuando ese amor se ahoga en la materia.

Esto es su encanto, su aguijón y su veneno. La "adoración" que tenía por Max se convirtió en mi religión. En ese tiempo, recuerdo bien claro que en la oficina, yo arremetía virulentamente contra los curas, la Iglesia, los fieles, las indulgencias, los rosarios y demás estupideces que yo consideraba dentro de la religión.

Trataste de defender con una cierta inteligencia todo lo que yo atacada, aunque quizás sin sospechar que en realidad el problema no estaba en esas cosas.
Lo que yo buscaba era un punto de apoyo.
Todavía lo necesitaba para justificar racionalmente mi apostasía.

Estaba sublevada contra Dios. No te dabas cuenta. Tú creías que yo todavía era católica. Por otra parte, yo quería ser llamada así; inclusive pagaba la contribución para el culto. Porque un cierto "reaseguro" nunca viene mal.

Es posible que tus respuestas a veces dieran en el blanco. Pero no me alcanzaban, porque no te concedía razón. A raíz de estas relaciones sobre bases falsas, fue pequeño el dolor de nuestra separación, con motivo de mi casamiento.

Antes de casarme, me confesé y comulgué una vez más. Lo hice más bien por una formalidad que por una creencia, sino no me podía casar por Iglesia. Mi marido Max pensaba que igual yo.
Si era una formalidad, ¿por qué no cumplirla?

Ustedes dicen que una comunión así es "indigna".

Bien, después de esa comunión "indigna", logré un cierto sosiego en mi conciencia. Esa confesión y comunión fue la última de mi vida.
Nuestra vida conyugal transcurría, en general, en armonía.

En casi todos los puntos teníamos con Max la misma opinión. También en esto: no queríamos cargar con hijos. En realidad, mi marido quería tener uno, uno solo, naturalmente.
Finalmente conseguí que él renunciara a ese deseo de tener un hijo.
Lo que más me gustaba eran los vestidos, los muebles lujosos, las joyas, las reuniones mundanas, los paseos en automóvil y otras distracciones.
Fue un año de placer el que medió entre mi casamiento y mi muerte repentina.

Todos los domingos íbamos a pasear en auto o visitábamos a los parientes de mi marido. Me avergonzaba de mi madre por no tener una vida social como los parientes de Max. Esos parientes se destacaban en reuniones sociales y formaban un circulo muy cerrado, igual que nosotros.

Eso me gustaba mucho pero en mi interior, sin embargo, nunca fui feliz.
Había algo indeterminado que me corroía, algo que me decía que todo éso es pura vanidad, son como flores de un día.
Todas las riquezas de este mundo, todos los placeres, toda la buena vida, todo el dinero del mundo, todos los halagos, no pueden acallar tu conciencia.

Ahora me doy cuenta de que Dios te llama, y te llama siempre, sin dejar un sólo día, una sóla hora, un sólo minuto, de golpear la puerta de tu corazón esperando tu respuesta.

Mi deseo era que, al llegar la hora de mi muerte - la que sin duda demoraría mucho tiempo todavía, ya que era tan joven y recien llevaba casi un año de casada - que todo se acabara, todo se esfumara, como si nada existiera, por eso me gustaban los placeres. Vivir y luego todo se termina para siempre.

Ocurría tal como yo lo había escuchado de niña, durante una plática de mi madre con unas amigas: Dios recompensa en este mundo toda obra buena que se haga.
Sino puede premiarla en la otra vida, lo hace en la tierra. Inesperadamente, recibí una herencia de la tía Lote.
Mi marido tuvo la suerte de ver sus ingresos notablemente aumentados.
Así pude instalar, confortablemente, una casa nueva.

Mi religión estaba muriendo, como un resplandor crepuscular en un firmamento lejano, si ya lo tenía todo: casa, lujos, viajes, dinero.
Los bares de la ciudad, los hoteles y los restaurantes por los que pasábamos en nuestros viajes, no nos acercaban a Dios.

Todas las personas que frecuentábamos vivían como nosotros: de fuera hacia adentro, no de dentro hacia afuera. Si durante los viajes de vacaciones visitábamos una célebre catedral, tratábamos de divertirnos con el valor artístico de sus obras primas.

Los sentimientos religiosos que irradiaban - especialmente las iglesias medievales - yo los neutralizaba criticando circunstancias accesorias de un hermano lego que nos guiaba, criticaba su negligencia en el aseo, criticaba el comercio de los piadosos monjes que fabricaban y vendían licor, criticaba el eterno repique de campanas llamando a los sagrados oficios, diciendo que el único fin era ganar dinero...,en fin criticaba todo, y no encontraba nada bueno en nada ni en nadie.

Ya me había vuelto dura de corazón y sin sentimientos, en el fondo de mi alma era una egoísta, sólo miraba si Max ó yo necesitabamos algo. Todos eran malos o le encontraba algún defecto, y éso me irritaba, me ponía de mal humor.

Así era como conseguí apartar a la gracia cada vez que Dios me llamaba. Especialmente descargaba mi mal humor y mi furia frente a algunas pinturas de la Edad Media representando al Infierno en libros, cementerios y otros lugares.
Allí el demonio asaba a las almas sobre fuego rojo o amarillo, mientras sus compañeros, con largas colas, le traen más víctimas.

Clara, en el infierno hay fuego, ¿fuego?. Sí hay fuego creémelo, es tan real como tu vida misma. Es un fuego encendido por la Ira de Dios, que quema el cuerpo y alma sin destruirla. El humo sofocante que produce sube por siglos de los siglos.

Clara, el infierno puede ser dibujado de mil maneras, pero nunca es exagerado!
Todo lo que se dibuja del infierno no tiene ni punto de comparación con la realidad, no la realidad es otra. El infierno es tan terrible, tan espantoso que no hay pintura que puedan representarla.

El fuego del infierno, es la Ira de Dios que arde por venganza sobre nosotros, por habernos burlado, por habernos negado, y por haberos reído de Dios y sus mandatos.
Sí, quisimos hacer todo esto encontra de Dios, y ésta es nuestra paga.

Siempre me burlaba del fuego del infierno. Acuérdate de una conversación durante la cual te puse un fósforo encendido bajo la nariz, preguntándote:

"¿Te duele si te lo acerco?" "¿Quema verdad?"

Apagaste en seguida la llama porque en verdad te estaba quemando.
Aquí en el infierno nadie consigue apagar el fuego, vayas donde vayas hay fuego por doquier. Y cómo quema, ni te lo imaginas.

Te digo más: el fuego del que habla la Biblia no es el tormento de la consciencia.
Te lo vuelvo repetir: ¡Fuego es fuego! Aquí hay fuego!

Debe ser interpretado al pie de la letra cuando Aquel (Jesucristo) dijo:

"Apartáos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para satanás y su ángeles".

Al pie de la letra!

¿Y cómo puede ser tocado un espíritu por el fuego material? Preguntarás.

¿Y cómo puede sufrir tu alma, en la tierra, si pones el dedo sobre una llama?

Tampoco tu alma se quema, mientras tanto el dolor lo sufre todo el individuo, todo su cuerpo. Del mismo modo, nosotros estamos aquí espiritualmente presos al fuego de nuestro ser y de nuestras facultades.

Nuestra alma carece de la agilidad que le sería natural; no podemos pensar ni querer lo que querríamos.
No te sorprendas de mis palabras. Es un misterio contrario a las leyes de la naturaleza material: el fuego del infierno quema sin consumir, ni destruir.

"Nuestro mayor tormento consiste en saber que nunca más veremos a Dios.
Que viviremos apartados de Dios eternamente".
Digo "viveremos", pero aquí en el infierno no se vive, se sufre terriblemente!

¿Cómo puede atormentarnos tanto esto, si cuando viviamos en la tierra Dios nos era tan indiferente, y ni siquiera nos acordábamos ni queríamos saber algo de El?

Mientras el cuchillo está sobre la mesa, no te impresiona, ni te llama la atención.
Le ves el filo, pero no lo sientes. Pero si el cuchillo entra en tus carnes, gritarás de dolor.
Del mismo modo, allí en la tierra teníamos a Dios, ahí en todo nuestro ser y no nos dabamos cuenta. Ahora, sentimos su pérdida, porque el alma tiene vida sólo con Dios y vive sólo para Dios.

Clara, no todas las almas sufren igual en el infierno. No, hay diferentes grados de sufrimientos. Todas sufrimos terriblemento éso es cierto.
Pero, cuanto mayor fue la maldad, cuanto más frívolo y decidido, tanto más le pesa el sufrimiento al condenado la pérdida de Dios, tanto más lo sofoca la criatura de que abusó.

Has de saber que con el pecado que uno se condena, con ése pecado tendrá que sufrir terriblemente toda la eternidad!

"Los católicos que se condenan sufren mucho, muchísimos más que los de otras religiones, porque recibieron y desaprovecharon, por lo general, más luces, más entendimientos, y más gracias especiales.

Los católicos tenían todo para su salvación, cientos y cientos de maneras que Dios les dió, para encaminarse y enmendarse, pero lo peor de todo es no haberles importado, y muchas veces el haberse burlado del enorme sacrificio que Jesucristo hizo en la cruz por ellos, y apesar de esto no la aprovecharon, vivieron como si nada hubiera ocurrido y ahora les pesa como una enorme carga, de la cual tendrán que soportar eternamente, con sufrimientos terribles".

Los que tuvieron mayores conocimientos y mayores posibilidades, como los católicos, sufren más duramente que los que tuvieron menos. El que pecó por maldad o zaña sufre más que el que cayó por debilidad o ignorancia. Pero ninguno sufre más de lo que se merece.

¡Oh, si esto no fuera verdad, tendría un motivo para odiar!

Un día me dijiste: nadie va al infierno sin saberlo. Eso le habría sido revelado a una santa, es que Dios habla en nuestra conciencia alertándonos de los peligros inminentes, y que dejemos o nos alejemos del mal que estamos haciendo ya que tiene un terrible fin. Y como verás de nosotros depende de prestarle atención o ignorarlo.

Yo me reía de la advertencia mientras me atrincheraba en esta reflexión:

"siendo así, siempre tendré tiempos suficiente para volver atrás, confesarme, comulgar y tener mi conciencia en paz".

Esta revelación es exacta. Antes de mi muerte repentina, es verdad, no conocía al infierno tal como es, tal como lo conozco ahora. Ningún ser humano lo conoce.
Pero estaba perfectamente enterada de algo que en conciencia gritaba, y yo no le hacía caso, es más trataba de acallarla pensando en otra cosa, o directamente me decía, algún día contaré mis pecados cuando sea vieja y me reía en mi interior.
Pero me venía la voz de la conciencia tremenda con un trueno:

"Si mueres, me decía, entrarás en la eternidad como una flecha, directamente contra Dios; y sabes donde irás, al infierno! y tendrás que aguantar las consecuencias".

Como te dije, no volví atrás, y en verdad que tuve la posibilidad. Perseveré en la misma dirección, contra Dios, arrastrada por la costumbre, con la que los hombres actúan cuanto más envejecen.

Mi muerte ocurrió así:

Hace una semana - digo según las cuentas que llevan ustedes en la tierra, porque acá se pierde noción de todo y con el sufrimiento que padecemos, quien se pone a contar los días, y las horas. Y es así, porque si calculara por mis dolores, ya llevaría ardiendo en el infierno unos diez años.

Mi marido Max y yo salimos en otra excursión dominguera, que fue la última para mí. El día estaba radiante de sol. Me sentía muy bien, como pocas veces.
Sin embargo, me traspasaba un presentimiento siniestro y un miedo inexplicable se apoderó de mí.

Inesperadamente, en el viaje de regreso, mi marido y yo fuimos enceguecidos por los faros de un automóvil que venía en sentido contrario, a gran velocidad.
Max perdió el control del vehículo.

Jesús! Se escapó de mis labios, no como oración sino como grito. Sentí un tremendo dolor aplastante: comparado con el tormento que estoy padeciendo ahora, no tiene ni punto de comparación, una bagatela. Después perdí el conocimiento.

¡Qué extraño! Aquella misma mañana, sin explicación, había surgido en mi mente este pensamiento, un llamado el último, y como desde hacía bastante tiempo ya no me interesaba la religión, la iglesia, los sacerdotes, nada de nada no hice caso del llamado, sin sospechar que iba a hacer el último en este mundo.

La conciencia me dijo:

"Por una vez, podrías ir a Misa, ir a la Iglesia". "Ve ahora, yo te espero, allí estoy yo para entenderte y protegerte, no esperes más". Era como una súplica, el llamado era tierno.

Pero un "¡no!" claro y decidido salió de interior con furia y energía, y así se cortó el curso de la idea que llegó por un momento a mi corazón y que rechazé de cuajo. "Con esas cosas tengo que terminar definitivamente, no quiero saber nada de nada".

Es decir, al responder así de esta manera tan tajante en mi mente, cargué sobre mis hombros y no sobre Dios, todos mis pecados, mi soberbia, en vez de ofrecerle a Dios que cargara Él por mí, lo eché de mi vida y me quedé con todos mis culpas. De esta forma asumí todas las consecuencias. Ahora las soporto terriblemente.

Lo que ocurrió después de mi muerte ya lo sabes. La suerte de mi marido, de mi madre, lo que ocurrió con mi cadáver, mi entierro, lo sé por una intuición natural que tenemos todos los que estamos aquí. En realidad ya no nos importa, lo que hacen con nuestro cuerpo, para nosotros todo terminó.

Del resto de lo que ocurre en el mundo poseemos un conocimiento confuso, es tanto el sufrimiento, y la amargura que nos invade, que ya no nos importa nada, sólo quisieramos morir de una vez por todas, pero éso es imposible!

Sabemos lo que se refiere a nosotros y a nuestro padecimiento nada más. De este modo veo el lugar donde vives, pero nada más que eso.
Y cuando desperté de improviso en el momento de mi muerte, me encontré inundada por una luz ofuscante, negra y tenebrosa.

Era el mismo sitio donde había caído mi cadáver. Sucedió como en el teatro, cuando se apagan las luces de la sala, sube el telón y aparece una escena trágicamente iluminada.

La escena de toda mi vida. Como en un espejo, mi alma se mostró a sí misma.
Vi todas las gracias que Dios me había ofrecido y la amargura que le producía al ser despreciadas y pisoteadas, desde mi juventud hasta el último "no" frente a Dios.

Me sentí como una asesina, al que llevan ante el tribunal para ver a la víctima exánime. ¿Arrepentirme? ¡Nunca! ¿Avergonzarme? ¡Jamás!

Mientras tanto, no conseguía permanecer bajo la mirada de Dios, a quien yo rechazaba. Sólo tenía una salida: la fuga, salir velozmente de la presencia de Dios.
Así como Caín huyó del cadáver de Abel, así mi alma se proyectó lejos de esta visión de horror.

Este era el Juicio particular.

Habló el invisible juez con voz de trueno:

"APÁRTATE DE MÍ".

De inmediato mi alma, como una sombra amarilla de azufre hirviendo, cayó profundamente al lugar del eterno tormento, donde estoy aquí y he llegado para siempre, siempre, siempre...

Epílogo de Clara:


Así terminó la carta de Anita sobre el Infierno. Las últimas palabras eran casi ilegibles, no se podía entender nada, estaban muy torcidas las letras.
Cuando terminé de leer la última línea, la carta se convirtió en cenizas.

¿Qué es lo que escucho?

En medio de los duros términos de las palabras que imaginaba haber leído, resonó el dulce tañido de una campana. Me desperté de inmediato. Estaba acostada en mi cuarto. La luz matinal entraba por la ventana. Las campanadas de las Avemarías llegaban de la iglesia parroquial.

¿Todo había sido un sueño?

Nunca había sentido antes en el Angelus tanto consuelo como después de ese sueño. Lentamente, fui rezando las oraciones. Entonces comprendí:

la bendita Madre del Señor quiere defenderte del maligno. Venera a María filialmente si no quieres tener el destino que te contó - aunque fuera en sueños - un alma que jamás verá a Dios.

Temblando todavía por la visión nocturna, me levanté, me vestí con prisa y huí a la capilla de la casa. Mi corazón palpitaba con violencia. Los huéspedes que estaban más cerca me miraban con preocupación. Quizás pensaban que estaba agitada por correr escaleras abajo.

Una bondadosa señora de Budapest, un alma sacrificada, pequeña como una niña, miope, aún fervorosa en el servicio de Dios, de gran penetración espiritual, me dijo por la tarde en el jardín:

"Señorita, Nuestro Señor no quiere ser servido con excitación".

Pero ella advertía que otra cosa me había excitado y aún me preocupaba. Agregó, bondadosamente:

"Nada te turbe - conoces la oración de Santa Teresa -
nada te espante.
Todo se pasa.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
Sólo Dios basta".

Mientras susurraba esto, sin adoptar un aire magisterial, parecía estar leyendo mi alma.

"Sólo Dios basta". Sí, El ha de bastarme, en éste o en el otro mundo. Quiero poseerlo allí un día, por más sacrificios que tenga que hacer aquí para vencer.
No quiero caer en el infierno.
Por eso todo el sufrimiento de este mundo no ha compararse el con bien que nos espera en el cielo. No rechacemos el sufrimiento, ofrescámoslo a Jesús unido a sus méritos y tendrá un enorme valor para entrar en la vida eterna.

Algunas consideraciones finales

Quizás no como objeción, pero no puede eludirse una pregunta:

¿Cómo puede haber recordado Clara con tal precisión todas las palabras de la carta de la condenada?

Respondemos:

quien hace lo más, puede hacer lo menos. Quien comienza una obra, puede también concluirla. Si la manifestación de ultratumba es un hecho preternatural, Clara debe haber tenido también una asistencia preternatural para escribir con exactitud todas las palabras leídas durante la visión.

La eternidad de las penas del infierno es un dogma aceptada por la Iglesia Católica. Seguramente, el más terrible de todos. Tiene su fundamento en las Sagradas Escrituras.

Ver San Mateo XXV, 41 y 46;

II a los Tesalonicenses, 1, 9;

Judith XIII;

Apocalipsis XIV, 11 y XX, 10;

todos estos textos son irrefutables, en los que la expresión "eterno" no puede interpretarse como "largo o prolongado".
De la conveniencia de ilustrar este dogma con un caso particular, nos da ejemplo Nuestro Señor Jesucristo en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro.

Allí se encuentra una descripción del infierno y del peligro de caer en él.
No es otra la intención de este trabajo. Expresa también nuestra finalidad el siguiente consejo:

"Vayamos al infierno mientras estemos vivos, para no caer allí después de la muerte".

EL INFIERNO SEGÚN SOR MARÍA FAUSTINA KOWALSKA, APOSTOL DE LA DIVINA MISERICORDIA

Que estas visiones nos ayuden a evitarlo, seamos más responsables y ayudemos a Jesús en la salvación de las almas.
Visita que hizo Santa Faustina Kowalska (Apóstol de la Divina Misericordia) a los abismos del infierno.

# 741 - Diario. La Divina Misericordia en mi alma. Santa Faustina Kowalska.

"Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel. Es un lugar de grandes tormentos, ¡qué espantosamente grande es su extensión!
Los tipos de tormentos que he visto:

el primer tormento que constituye el infierno, es la pérdida de Dios;

el segundo, el continuo remordimiento de conciencia;

el tercero, aquel destino no cambiará jamás;

el cuarto tormento, es el fuego que penetrará al alma, pero no la destruye, es un tormento terrible, es un fuego puramente espiritual, incendiado por la ira divina;

el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible, sofocante olor;
y a pesar de la oscuridad los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo;

el sexto tormento, es la compañía contínua de Satanás y toda su maldad y odio;

el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a Dios, las malas palabras, las maldiciones, las blasfemias. Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero no es el fin de los tormentos.

Hay tormentos particulares para distintas almas, que son los tormentos de los sentidos: cada alma es atormentada de modo tremendo e indescriptible con lo que ha pecado.
Hay horribles calabozos, abismos de tormentos donde un tormento es diferente del otro.
Habría muerto a la vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios.
Que el pecador sepa: con el sentido que peca, con ése será atormentado por toda la eternidad.
Lo escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse diciendo que el "infierno no existe" o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es.
Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe.

Ahora no puedo hablar de ello, tengo la orden de dejarlo por escrito. Los demonios me tenían un gran odio, pero por orden de Dios tuvieron que obedecerme.
Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. He observado una cosa: la mayor parte de las almas condenadas que allí están son las que no creían que el infierno existía.
Cuando volví en mí no pude reponerme del espanto, qué terriblemente sufren allí las almas.
Por eso ruego con más ardor todavía por la conversión de los pecadores, invoco intensamente la misericordia de Dios para ellos.
Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor pecado".

REFLEXIONES POSITIVAS SOBRE LA CARTA DE UN ALMA CONDENADA.

Hemos de mirar con atención varios puntos de la carta y sacar muchas conclusiones favorables y provechosas para nuestra alma, practicarlas nosotros y enseñar a todos los que podamos para llevarlos por el buen camino, en la narrativa que el alma condenada expuso a su amiga Clara.

1) Dios nos proporciona Gracias espirituales, todos los días que debemos saber aprovechar. Estas gracias nos servirán para ir al Cielo. El llamado a ir a misa los Domingos o cualquier día de la semana, es una bellísima gracia.
El poder acercarnos a un confesionario, contar todos nuestros pecados y luego con el alma limpia poder comulgar, es otra enorme gracia de Cielo, que Dios nos brinda.

El llamado interior a la oración especialmente a rezar el Santo Rosario, la Coronilla, el Rosario de las Santas Llagas de Nuestro Señor Jesucristo, ó cualquier otra oración hecha con sentimiento y humildad, son otras enormes gracias que Dios nos pone a nuestro favor.

Dice la carta:

El creyente ó todo aquél que clama a Dios solicitando su ayuda y que lo contempla, meditando a Cristo con los brazos abiertos sobre la cruz, terminará por amarlo y ganando méritos para salvarse!.

Sí, rezar postrados frente a Cristo crucificado tiene muchas indulgencias, que podemos ganar para nosotros o para algún alma o persona necesitada, enferma, moribunda o por las almas del purgatorio. Ganamos méritos para nosotros haciendo el bien a otros hermanos más necesitados.

ORACIÓN A CRISTO CRUCIFICADO

Aquí me tienes amado y buen Jesús,
postrado ante tu presencia.

Te ruego y suplico, con todo el fervor de mi alma es capaz,
que Te dignes grabar en mi corazón,
vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad,
verdadero arrepentimiento de mis pecados y firme propósito de enmendarme.

Mientras tanto, yo considero dentro de mi alma y contemplo tus cinco sagradas llagas con todo el amor y con toda la compasión que mi alma es capaz.

Teniendo presente oh, buen Jesús, aquello que dijo de Tí el Profeta David:
"Con clavos han abierto mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos".

Nota: rezándola delante de un crucifijo, y estando en gracia de Dios, se gana Indulgencia Parcial.
Si lo rezamos después de haber comulgado, se gana Indulgencia Plenaria, y además debemos rezar un Avemaría, un Padrenuestro y un Gloria por las intenciones del Papa.
Cualquiera de las dos Indulgencias ganadas se pueden aplicar por alguien muy necesitado en caso de muerte, enfermedad, etc..., o por las almas del purgatorio, o un alma en particular.

Ganamos muchos méritos para la otra vida, si sacamos un alma del purgatorio todos los días. Sólo se puede sacar un alma por día. Y es una excelente obra espiritual de caridad. Muy meritoria y muy aprobada por la Iglesia.

¿Cómo hacemos ésto?.

Estando en Gracia de Dios (debemos sentirnos limpios de cuerpo y alma, haber hecho una buena confesión) rezamos el Santo Rosario delante del Santísimo Sacramento este expuesto ó no.
Y lo ofrecemos por algún alma del purgatorio en particular (vecino, amigo, hermano, padre, madre etc...) o por las almas más necesitadas, más olvidadas, por las almas por las cuales nadie reza.

LA ORACIÓN NOS SALVA DEL INFIERNO

Recordemos lo que Anita (el alma condenada) le decía a Clara en la carta;

"Rezar es lo más fácil que se puede hacer en la tierra".

"Y justamente de ésto, que es facilísimo, Dios hace depender nuestra salvación".

No desperdiciemos nuestra vida, con sutilezas, con distracciones superfluas, la vanidad nos aleja de Dios, seamos humildes que nos acerca al Cielo.
Debemos rezar todos los días, con insistencia, sin cansarnos, ofrecer nuestra oraciones a por los más necesitados, los moribundos, los enfermos, por los pecadores del mundo entero, por nuestros propios pecados.
Dios nos premiará en esta vida y nos llenará de gloria en la otra.

Y luego el alma continúa:

"Al que reza con perseverancia, paulatinamente Dios le da tanta luz,
y lo fortalece de tal modo, que hasta el más empedernido pecador puede recuperarse, aunque se encuentre hundido en un pantano hasta el cuello".

Y el alma luego se lamenta:

Durante los últimos años de mi vida ya no rezaba más, privándome así de las gracias, sin las cuales nadie se puede salvar.

Clara había advertido a Anita sobre la importancia de rezar todos los días, sin cansarnos jamás ni hay abandonar en rezo diario.
En los momentos que estamos mal, jamás debemos dejar de razar, ahí es cuando más se debe implora a Dios fuerzas, para caer en las manos del diablo y apartarnos del buen camino:

"Anita, si no rezas más, te perderás, tu alma irá al infierno".

Anita en el infierno reconoce su fatal error:

"Realmente, yo rezaba muy poco, y ese poco siempre a disgusto, de mala voluntad.
Sin duda tenías razón. Los que arden en el infierno o no rezaron, o rezaron poco.
La oración es el primer paso para llegar a Dios. Es el paso decisivo".

La Oración a La Santísima Virgen María

La oración a nuestra Madre del Cielo, la Virgen María es una enorme fuerza y un gran Poder contra el enjambre de espíritus malignos que vagan por el mundo deseando nuestro mal.

Anita dijo a Clara:

"Especialmente la oración a Aquella que es la madre de Cristo, (La Santísima Virgen María) cuyo nombre no nos es lícito pronunciar. La devoción a Ella arranca innumerables almas al demonio, almas a las que sus pecados las habrían lanzado infaliblemente en sus manos".

Notemos que los réprobos (los condenados), no le es permitido pronunciar el nombre de la Madre de Dios. María es toda pureza, bellísima, revestido de sol, dando así a conocer el Poder que Dios tiene sobre la Madre de Cristo.

Los réprobos al ser todo lo opuesto a María; llenos de pecados, impuros, horribles, no deben pronunciar el purísimo nombre de la Madre de Jesucristo, de sus bocas no deben pronunciar un nombre que es tan amado por Dios y a la cual le ha dado tantas gracias espirituales.

- El Santo Rosario es la oración por excelencia de la Santísima Virgen María.

- Nuestra Madre nos asegura que quien rece y se encomiende al Rosario no se condenará.

- Es su deseo que todos recemos el Santo Rosario todos los días.

- Y todo lo que se pida a través del Rosario pronto se conseguirá.

- Los devotos del Rosario saldrán muy pronto del purgatorio.

LAS QUINCE PROMESAS DE LA VIRGEN MARÍA A QUIENES RECEN EL ROSARIO.

La tradición atribuye al beato Alan de la Roche (año 1428 apróx. - 1475) de la orden de los dominicos el origen de estas promesas hechas por la virgen María.
Es mérito suyo el haber restablecido la devoción al Santo Rosario enseñada por Santo Domingo apenas un siglo antes y olvidada tras su muerte.
Para más información sobre este beato pueden verse los artículos en inglés publicados en Catholic Online con el título "Bl. Alan de la Roche" y en The Catholic Enciclopedia con el título "Alanus de Rupe"


1.- El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

2.- Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

3.- El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, los librará de los pecados y exterminará las herejías.

4.- El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas.

¡Cuántas almas por este medio se santificarán!.

5.- El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.

6.- El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en la gracias, si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.

7.- Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.

8.- Quiero que todos los devotos de mi Rosario tenga en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.

9.- Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.

10.- Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.

11.- Todo lo que se me pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

12.- Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

13.- Todos los que recen el Rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.

14.- Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito JesuCristo.

15.- La devoción al santo Rosario es una señal manifiesta de la predestinación a la gloria eterna del Cielo.

I: MI DESTINO INMORTAL E INCIERTO

En una celda de un Monasterio Cartujo Español, se encontraron escritos espirituales y trascendentales.
Habrían pertenecido a un cartujo de los años 1950. Dicho escritos a modo de cartas, llamaron la atención, y fueron recogidos y publicadas en un libro para sacerdotes: Guía de caminantes, Editorial "SAL TERRAE", SANTANDER, España.

“Nuestra ocupación principal y nuestra vocación es la de dedicarnos al silencio y a la soledad de la celda. (…) En ella con frecuencia el alma se une al Verbo de Dios, la esposa al Esposo, la tierra al cielo, lo humano a lo divino”.
(Estatutos cartujos, 4.1).

Todo muere en la vida. Se acaban las vacaciones y el fín de semana tan esperados.
Ya se pasaron.
Se acaban las diversiones, los espectáculos, las noches de placer.
Ya se pasaron.
Se acaba el dinero que gasto, los vestidos, joyas, aparatos que uso.
Ya se pasaron.
De nuevo proyecto sin cesar más goces, más compras, más amistades, que también pasarán. Se acaban, se acaban, se acaban.

Todo va mueriendo en la vida poco a poco. Hasta que llegue un momento en que para mí muera todo de golpe. Estoy condenado a muerte. Tengo que morir.

¡Qué de prisa se pasaron los años de mi niñez, de mis estudios, de mi juventud!
¡Cómo corre el tiempo!, ¡Qué pronto se me acaban mis días!

¿Cuántos latidos de mi corazón me quedan todavía? Uno menos, uno menos, uno menos...
Tantas personas conocidas, amigos, parientes, que quería y que me quieren...
Ya se fueron.
¿Cuándo me tocará a mí?
Aunque mucho tarde, llegará ese momento sin darme cuenta. Y quizás no tarde tanto.

¿Viviré mañana, dentro de una semana, un mes?

Entonces, ¡todo se acabó! mi posición social, mi capital, mis ahorros, mis títulos, mi saber, mi casa, mis libros, mis cosas, todo!

Y yo insensato sigo deslumbrado por cosas perecederas, y las deseo con ahínco, y trabajo y lucho por conseguirlas, ¡flores de un día!

Advertencia como un trueno, la voz de Cristo: "necio, esta misma noche te pedirán tu alma, y lo que has guardado ¿para quién será?" Lc. 12,30

II: UNA ETERNIDAD FELIZ O DESGRACIADA ME AGUARDA

No todo se acaba con la muerte. Después empieza la verdadera vida, la existencia total, sin fin. Entonces y para siempre jamás, seré bienaventurado o maldito!

Cristo ya nos avisa, nadie podrá llamarse a engaño:

"La vía que lleva a la perdición es ancha y muchas van por ella" Mt. 7,13
Basta abrir los ojos para verla.

Su final es el lago de azufre y fuego (Apoc. 19, 20)
el fuego eterno preparado para los demonios (Mt. 25. 4) Sin remisión, ¡Terrible!

No os engañéis. De Dios nadie se rie. Lo que el hombre siembra, éso recoge.
(Gal. 6.7)

¿Qué siembro yo?, ¿Corrupción entregado a mis pasiones?, ¿Rebeldía contra la ley de Dios, contra sus mandatos de obedecer a la Iglesia?
¿Soberbia y egoismo ansiando todo para mí, explotando o despreciando al prójimo?

¡Cuánto me ha dado Dios!, mi ser, mi familia, mi educación, su vida y su pasión, su Madre, su evangelio, tantos buenos ejemplos y tantas gracias...
Y a pesar de todo, olvidándolo todo, yo sigo uno y otro día pecando!

"No os engañéis. De Dios nadie se rie"

Dios no quiere la muerte del pecador (Ez. 18,23; Lc. 15,7)
Espera, con infinita paciencia, mi conversión. Es eterno, no tiene prisa, espera y espera.

Es bueno me busca como el pastor a la oveja perdida (Lc. 15,4); una y otra vez llama a mi puerta (Apoc. 3,20)... Pero Dios también es el Señor, el Omnipotente;
y tan infinita como su Bondad es su justicia.

"No os engañéis. De Dios nadie se rie"

Me está esperando tanto, me vuelve a llamar ahora, insiste, golpea la puerta de mi corazón una y otra vez..., día a día, hora a hora, minuto a minuto...

!Hasta que llega un momento que ya no espera más!

¡Se acabó! ¡De Dios nadie se rie!

Ni los ángeles: a la tercera parte los convirtió en demonios por un pecado.
Ni los hombres: por un pecado los hechó del paraiso.

¿Cuántos estarán ya en el infierno por su pecado?

Yo sí, yo me río de Dios, porque no hago caso a sus mandamientos.

¿Es que no temo al Juez tremendo?

¿Me imagino a mi capricho un Dios sin justicia ni castigos?

¿O confío, insensato, en arrepentirme luego, no haciéndolo ahora que puedo?

Espantoso el grito de los condenados:
NOS HEMOS EQUIVOCADO, EQUIVOCAMOS EL CAMINO VERDADERO (Sab.5,6)

Grito incesante de los que hace poco fueron como yo, y ahora se desesperan sin remedio.
Nunca pensaron que ellos se iban a condenar.

¿Estoy seguro que no me uniré a ellos un día, para toda una eternidad de sufrimiento?

Por siempre jamás, siempre jamás, siempre jamás...
el péndulo del reloj eterno.
Éso me aguarda, tormento infernal y desesperado, sin termino, si no me convierto!

Oración a María, Auxilio de los cristianos

Madre de Dios y Madre mía, Virgen Poderosa.
Por favor, por el amor que me tienes,
por el amor de tu Hijo, mi Salvador,
detenme en mi carrera loca del pecado.

Derríbame como a San Pablo,
antes que termine en el infierno.
¡Mejor morir que pecar y condenarme!

¡Ayúdame, Madre mía y sálvame!
¡Que no me condene para toda la eternidad!
¡Que deje de ir por la vía ancha de la perdición!

Frases y Dichos

La utilidad de la virtud es tan manifiesta que los malvados la practican por interés. (Vauvenargues)

Los cobardes mueren muchas veces antes de morir. (Latín)

Estar en ocio muy prolongado, no es reposo sino pereza. (Séneca)

Es tan corto el amor, y tan largo el olvido. (Castellano)

No esperes que te pase algo para hacer algo bueno.(Griego)

Querer olvidar a alguien significa pensar el él.(Anónimo)